Dhyâna y Samâdhi, culminación del proceso de Samyâma

Los dos estados últimos en este final de proceso, de Samyâma, son Dhyâna y Samâdhi. En Dhâranâ, primera parte del proceso, la fijación del símbolo u objeto de concentración por diversos motivos se interrumpe y el practicante debe volver al símbolo.  

Dhyâna. Cuando la fijación se hace continua y ya no hay interrupciones surge el estado de Dhyâna, que solemos definir como estado de meditación y en el que uno al mismo tiempo es consciente de que está practicando Dhyâna. Dhâranâ se transforma en Dhyâna.

Es la fijación ininterrumpida de la conciencia. El sujeto y el objeto comienzan a aproximarse, la mente se potencia y unifica y la percepción se intensifica. De esta manera, se accede a estados de conciencia no habituales que permiten el desarrollo de la creatividad y de la comprensión en el individuo. Con este nuevo vehículo de conciencia, diversas experiencias tienen lugar, experiencias que a veces son un obstáculo y que no hay que confundir con el estado de liberación,  Dharmamegha samâdhi.

Samâdhi. Cuando la unificación entre la conciencia o sujeto y el objeto de concentración es completa se obtiene el Samâdhi. Solo brilla el objeto y el sujeto desaparece en el Samâdhi, por lo tanto ya no hay conciencia de la propia existencia, de que estoy practicando Samyama. Los diferentes estados de Samâdhi dependen de la sutilidad del objeto de concentración.

Samyâma. Como hemos descrito el samyâma es el proceso completo, la fusión de Dhâranâ, Dhyâna y Samâdhi. En la primera fase, la concentración se mantiene durante un tiempo pero cede y hay una ruptura; en la segunda, el estado de dhyâna perdura, no hay casi ruptura y en la tercera fase, de Dhyâna surge un estado de vacuidad, es el comienzo de Samâdhi.  En esta transición aparecen las experiencias psíquicas. Cuando el Samyâma se aplica a diferentes objetos o pensamientos se obtienen los poderes psíquicos o Vibhutis.

 

Obstáculos en la práctica meditativa

En la vía progresiva de la meditación, hay que empezar superando los tres obstáculos siguientes: el cuerpo, el mundo y el tiempo.

El cuerpo al principio supone un obstáculo, se siente incómodo, y en muchos casos hace daño, duele. Hay que entrenarse pacientemente a esa posición sentada silenciosa, durante meses y años hasta que no se sienta absolutamente nada durante la meditación. De esta manera, la mente se libera de su continuo diálogo sensorial con el cuerpo. Y como dicen los textos, «el cuerpo del meditador puede volverse madera muerta».

El obstáculo del mundo exterior se basa en la gran atracción que provoca en nuestra atención. Vivimos generalmente fuera de nosotros mismos. Por medio de la inmovilidad no hay sensaciones de contacto, los ojos cerrados o fijos anulan el sentido de la vista, sabores y olores se van apagando. Sólo los ruidos pueden ser motivo de distracción, y los principiantes se ven atraídos por ellos, hasta que un día aplicando las técnicas adecuadas, controlando la respiracón, etc…, ya dejan de interesarse en ellos y ya no los oyen. Cuando uno está bien absorto en sí mismo, bien interiorizado, las excitaciones sonoras ya no llegan a su cerebro como tales. Hay un completo desinteresamiento. Esto lo prueban los registros electro-encefalográficos realizados en practicantes de yoga experimentados, yoguis.

Ahora sólo nos queda el tiempo como obstáculo, el más peligroso. Al principio, durante la meditación, el tiempo parece alargarse infinitamente y la práctica meditativa se hace tan duradera que parece no acabar nunca y generalmente se mantiene por un esfuerzo de voluntad. Hay que llegar a experimentar las tres dimensiones del tiempo para darse cuenta que vivimos siempre esperando el instante siguiente y anticipándonos. Y así participamos en la aceleración de la rueda del tiempo que nosotros hacemos girar. Pero, ¿dónde está la clave? La clave, (o la llave) está en el deseo, y es el deseo el que crea el tiempo. El día en el que podamos detener el deseo, dejaremos de desear sea lo que sea, y entonces entraremos en el presente, y coincidiendo con él, formaremos unidad. A partir de entonces, ya no desearemos nada, nada de nada, sólo vivir el instante presente. Saborear todos los segundos de la meditación, uno tras otro, y no acelerar la rueda del tiempo.

Y un buen día descubrimos que esa meditación que no acababa nunca ya ha terminado. Ya no contamos el tiempo. Nos hemos liberado, hemos superado al Señor del Tiempo (Shiva Mahakala). En esta superación tenemos un valioso signo de progreso en la meditación, ya no nos aburrimos y las meditaciones nos parecen demasiado cortas. Hemos descubierto que sólo hay que estar, simplemente estar, sin desear nada y que ese estado (vacío de todo deseo) es apasionante vivirlo.

           Indicadores en la meditación

Cuando estos tres obstáculos (cuerpo, mundo exterior y tiempo) se han superado, aparecen los tres medidores de la meditación: el Sonido cósmico, la Luz interior y la Vibración pránica. Al principio se emplean en diferentes técnicas como objetos de concentración.

Cuando se establece el silencio en la mente puede oírse el Sonido cósmico (Nada). Es un sonido interior que parece venir de muy lejos en el espacio y que puede tomarse por un zumbido de oídos. Se diferencia de ello porque sólo puede suceder cuando la energía despierta, por la práctica postural (al final de la sesión de asanas, durante la relajación) o por la meditación. Este sonido se promueve por la práctica del Yoga del Sonido (Nada Yoga) aunque aparece espontáneamente a un cierto nivel de meditación.

Lo mismo ocurre con la Luz interior. Aparece con los ojos cerrados durante la meditación. Las formas (estrella, sol, luna…) y los colores pueden ser diferentes según las personas. Y los niveles de conciencia, hasta la aparición de la luz del Yo (la luz del alma, Atman Jyotir).

La vibración pránica o vibración de Shakti puede nacer y difundirse en cualquier parte del cuerpo. En principio aparece en el centro del cerebro y es comparable a una ligera corriente eléctrica. Su despertar es el objetivo del Yoga de la energía (Kundalini Yoga, Prana Vidya), pero también aparece espontáneamente a un cierto nivel de meditación.

Estas son las tres manifestaciones de lo divino en el cuerpo. Al principio son útiles como medida de progresión. Cuando una de ellas, dos o las tres se despiertan, uno sabe que está en el buen camino y que su práctica de Hatha Yoga, Raja Yoga u otro tipo de yoga, es correcta y está alcanzando un cierto nivel de meditación.

Pero a pesar de todo sólo son realizaciones intermedias del nivel de energía. Cuando se obtienen estados más elevados de conciencia y que uno desemboca en la absorción, en la vacuidad, dichas realizaciones se vuelven peligrosos obstáculos. Son distracciones de orden sutil pero sensibles y hay que olvidarlas y evitar concentrarse en ellas e incluso no hacerles caso. Es lo mismo que con los demás poderes exteriores.

 

Etapas de la meditación

Enfocándolas desde la práctica más corriente parece ser que los frutos y las transformaciones de la meditación, tienen lugar por el descubrimiento de la calma, la paz, la vacuidad o vacío y la presencia.

La calma de pensamientos es la primera aportación. Cuando las olas del lago de las pasiones y del inconsciente disminuyen, la calma se establece en el pensamiento. Se empieza a apreciar el silencio y después uno sólo puede vivir en el Silencio (silencio de pensamiento). Y es curioso porque cuando el caballo desbocado o el mono loco, como se define al pensamiento, se calman, todo se calma alrededor de uno y la vida se vuelve mucho más tranquila.

En la etapa siguiente aparece la Paz de Corazón. Primero uno hace la paz consigo mismo y después con los demás. Y así se entra en el dominio del Amor. Se deja de criticar sin cese, pues antes sólo se veía el lado negativo de las cosas y de los seres. Tomar la vida positivamente quiere decir descubrir que existe una Providencia y que el mundo tiene un sentido (uno encuentra el sentido a la vida).

A partir de aquí se está preparado para asumir la existencia del vacío. Cuando se han establecido el silencio y la paz en el interior y uno penetra en el vacío, puede ocurrir al principio que ante ese inmenso espacio uno se sobresalte y salga de la meditación. Pero uno vuelve y se habitúa a él. Vacío o infinito, estado de no interferencia y por lo tanto, ilimitado.

En yoga sigue la experiencia de una Presencia. El vacío no es tal vacío, no es el vacío hueco y negativo, por ello es mejor traducirlo por Shunyata, Vacuidad o vacío lleno de una Presencia que vibra, que es Amor y que nos instruye. Es la misma experiencia del SER, pero infinito, no la de un ser. Así encontramos el Sat-Chit-Ananda.

Ningún pensamiento es compatible con la Realización. La Realidad es lo que transciende todo concepto, incluyendo el concepto de Dios. Y por mucho que dijéramos no acabaríamos de definir las diferentes facetas de esta experiencia. El vacío es la conciencia Suprema, también el paso de la conciencia individual a la conciencia universal se define como una expansión de conciencia. Otras veces, se habla de un despertar, el segundo despertar a partir de la conciencia alerta para encontrar su verdadera naturaleza. Este despertar a menudo puede darse bajo la forma de una Iluminación, la entrada en una Luz vivificante de la que emana el Amor.

El estado libre de pensamiento es el único estado auténtico. La Liberación se alcanza por la emancipación de la triple ilusión, de la palabra, del mundo y del ego.

Y esto se realiza en un estado de alegría indescriptible, la alegría suprema, la Felicidad: reinstalarse en su estado original, estado normal que nunca debió olvidarse.

Y para acabar, he aquí la aportación esencial de la meditación: Reencontrar la energía creadora presente en el fondo de cada uno, con una Alegría y Delicia tales que nadie podrá testimoniar con suficientes palabras.

«El Atman es el Brahman y el ego enmascara la energía creadora del Universo».

De lo que puede deducirse que, “disolviendo el ego, la energía creadora se expresará sin obstáculos conduciendo hacia el amor y la libertad”.

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